Mi nombre es Paula y crecí en una casa donde el fuego siempre estuvo presente. A veces en una vela, a veces en la chimenea, siempre acompañando momentos. Mis padres solían prender velas para pensar, para recordar a alguien, para iluminar un propósito o simplemente para acompañar la mesa. Para mí, la llama siempre fue un símbolo de compañía y de calidez.

Candea nació de ese recuerdo y de las ganas de llenar hogares - y el mío propio- de velas que hablaran de eso mismo. Empecé a probar materiales, esencias, colores, envases… y poco a poco entendí que el camino era lo artesanal, lo hecho con las manos. Así las velas se volvieron un oficio, casi un ritual, donde nada se repite igual. Desde los envases, que también son hechos a mano por artesanos del vidrio en Colombia, cada uno con su propia identidad.

Lo que más me conmueve es pensar que en algún lugar alguien va a encender una llama de Candea. Que ese fuego va a acompañar un instante, pequeño o grande, pero único.